En esta vida todo tiene un límite.
No digo yo que haya que ponerlo… pero... ¿Dónde está esa línea? 🤔
Hoy en día escucho a muchos padres decir que sus hijos sufren acoso escolar, y no dudo que algunos casos sean muy graves. Pero también veo algo que me preocupa: a veces confundimos la falta de atención con el bullying.
Niñas que en casa son las líderes, las que mandan con las primas o las amigas del barrio, pero que al llegar al cole no reciben la misma atención y se sienten ignoradas. O niños que no logran encajar y de inmediato se sienten rechazados.
No siempre hay acoso detrás de eso. A veces lo que hay es una carencia emocional, una necesidad de sentirse vistos.
El problema aparece cuando el acoso es de verdad: insultos, maltrato emocional, exclusión o agresión física.
Y ahí viene la gran pregunta que me hago como madre:
¿Qué hacemos?
Yo lo tengo claro: hay que educar en empatía, pero también en firmeza.
En reconocer cuándo alguien sufre y en cómo protegerlo… o cómo protegerse si el que lo sufre es tu propio hijo.
Os voy a contar algo personal.
Cuando tenía diez años, mis padres se separaron. Mi madre, la pobre, decidió mudarse a la península, concretamente a su pueblo. Lo que no sabía era lo mal que lo pasaba en el colegio.
Mis mayores acosadores ¡no te lo pierdas! eran mis primos, más bien los incitadores que el resto seguían. No me pegaban, pero me dejaban de lado, me tiraban bichos, me insultaban.
Y no era por ser gitana —aunque alguno que otro comentario sí recibí—, sino por tener a mis padres separados. ¡Flipa!
En los 80 eso era casi un pecado. Mi familia, según ellos, “estaba destinada a arder en el infierno”. Cosas que los angelitos oían en sus casas.
Recuerdo encontrar mis cosas tiradas, las risas e insultos a mi espalda, alguna zancadilla.
Pero claro, eran otros tiempos: la ley de la jungla.
O te dejabas y te hundías… o te rebelabas.
Yo venía de un colegio católico y privado, y mentalmente estaba entrenada para resistir.
Ese acoso duró un trimestre, no más.
¿Por qué? Porque los que me insultaban y me hacían chistes se dieron cuenta de que no podían conmigo.
Que si me insultaban, yo sonreía.
Que si me tiraban bichos… pues ellos se encontraban alguno en su bocadillo.
Que me hacían la zancadilla... se encontraban con un pisotón.
Mi madre siempre me decía una frase que nunca he olvidado:
“Defiéndete, hija. Eso no es venganza, es justicia.”
El ojo por ojo gitano, como decía ella.
Y puede sonar duro, pero me enseñó algo importante: no dejar que nadie me aplaste.
Y ahora miro a los niños de hoy y me pregunto… ¿qué hemos hecho mal?
Hemos creado niños de cristal.
Niños que no saben defenderse, que se derrumban ante una burla o un comentario en redes.
Pero no es culpa de ellos.
Es culpa de una sociedad donde los padres ya no educan porque no están. Y prefieren dejar eso a los colegios e institutos.
Trabajamos los dos, corremos todo el día, llegamos agotados, y esos niños están solos, a merced de cualquiera.
No tienen tiempo de sentirse queridos, ni espacio para hablar de lo que les pasa.
Y cuando un niño decide quitarse la vida —porque sí, está pasando más de lo que creemos—, no es solo por el bullying.
Es porque en casa tampoco encuentra su lugar. 💔
Yo tengo un hijo de 16 años.
Le han llamado “maricón”, “gordo”, y otras cosas más.
Pero en casa hemos sido padres presentes.
Lo hemos apoyado, lo hemos hecho sentir valorado y amado.
Y ¿sabéis qué? Ese apoyo se nota.
El chaval tiene una autoestima fuerte, se ríe, no se hunde.
Cree en él y cree en nosotros.
Y sabe perfectamente que, si un día le ocurre algo serio, yo no iré a llorar ni a quejarme… tomaré acción. Pero también sabe que si él le hace algo a alguien deliberadamente, en casa tendrá serias consecuencias.
Porque soy su madre.
Y ser madre también es ser su protectora. 🛡️
¿Sabéis la confianza que eso genera en un hijo? Infinita.
Porque se nos ha olvidado que no basta con protegerlos del mundo, hay que enseñarles a caminar por él sin romperse.
¡Ojo a esto amiga!
Según Save the Children (2024), el 33% de los estudiantes españoles ha sufrido acoso escolar en algún momento.
Y, lo más grave: más del 40% de los jóvenes acosados asegura no sentirse apoyado en casa.
Así que sí, el colegio tiene su parte, pero la base está en el hogar.
La autoestima se entrena desde la cuna.
Y los hijos aprenden a defenderse cuando ven que sus padres también lo hacen.
Educar en empatía, sí.
Pero también en coraje, en dignidad y en presencia.
Porque el amor que no se demuestra no se siente.
Y un niño querido, acompañado y escuchado, puede con todo, incluso con la crueldad del patio del colegio.

.jpg)
¡No puedo estar más de acuerdo! ¡Tantos niños no pueden estar sufriendo bulling ni es bulling todo lo que ocurre entre niños en el colegio! También pienso que corresponde a los padres darles laa herramientas para superar los tropiezos que van a tener que afrontar en la vida y no solo en el colegio. Y, por supuesto, los profesores también juegan un papel importante y deben de estar pendientes y detectar los casos de bulling real. En mi opinión el remedio es inculcarles respeto por los demás, darles apoyo, cariño y herramientas.¡Gracias por esta interesante reflexión a corazón abierto!❤️❤️❤️
ResponderEliminar