¡Hola Sukis!
Las historias hay que reescribirlas para poder verlas con ojos nuevos y entenderlas mejor. 👪💖
A veces creemos que los relatos de las religiones no tienen nada que ver con nosotros, pero lo cierto es que la humanidad sigue repitiendo los mismos patrones, siglo tras siglo. No somos tan distintos de las personas del siglo I d.C., ni de las que vivieron hace millones de años. En el fondo, todos hemos sido hijos rebeldes alguna vez, hijos obedientes, hijos envidiosos... y, con el tiempo, nos convertimos en padres preocupados y amorosos. Esa es la esencia de la vida, y siempre lo será.
Os dejamos la versión en un lenguaje más entendible de la parábola del "Hijo Prodigo" que Miki hizo para su hijo en el año 2018, ya que ella fue una hija prodiga para sus padres.
Volver a casa🏡💗
Había una vez un hombre muy trabajador llamado Mateo, que tenía dos hijos: Pablo y Lucas. Vivían todos juntos en una granja, donde criaban animales y cultivaban alimentos. Pablo, el hijo mayor, era responsable y siempre ayudaba a su padre en las tareas del campo. Lucas, en cambio, soñaba con vivir aventuras y conocer el mundo.
Un día, Lucas se acercó a su padre y le dijo:
—Papá, quiero irme a vivir mi propia vida. Dame la parte de lo que me corresponde de tu trabajo para que pueda hacer lo que quiera.
Mateo, aunque triste por ver a su hijo menor tan decidido a irse, respetó su deseo. Le dio a Lucas una cantidad de dinero para que pudiera marcharse y empezar su nueva vida. Lucas, emocionado, dejó la granja y viajó a una gran ciudad, donde gastó todo su dinero en fiestas, ropa y cosas que en realidad no necesitaba.
Al principio, todo fue diversión. Lucas se sentía libre y creía que era el dueño del mundo. Pero con el tiempo, el dinero se fue acabando. Y con el dinero, también se fueron los "amigos" que solo estaban con él por lo que les podía ofrecer. Un día, Lucas se dio cuenta de que no le quedaba nada. No tenía dinero, ni amigos, ni siquiera un lugar donde dormir.
Desesperado, buscó trabajo, pero lo único que encontró fue un puesto alimentando cerdos en una granja lejana. El trabajo era duro y mal pagado, y a veces Lucas tenía tanto hambre que deseaba poder comer la misma comida que les daba a los animales. Sentado en el barro, sucio y cansado, Lucas recordó su vida en la granja de su padre. Allí, nunca le faltó comida, un techo o cariño. Incluso los trabajadores de su padre vivían mejor que él en ese momento.
Con el corazón pesado, Lucas se dijo a sí mismo:
—Volveré a casa y le pediré perdón a mi padre. Le diré que no merezco ser su hijo después de cómo lo abandoné, pero quizás me permita trabajar para él, como uno de sus empleados.
Así que, con el poco dinero que tenía, Lucas emprendió el largo camino de vuelta a la granja de su familia. Estaba nervioso y temía que su padre no lo quisiera ver después de haberlo dejado. Pero mientras todavía estaba lejos de la casa, vio algo que no esperaba: su padre, Mateo, corriendo hacia él con los brazos abiertos.
Mateo lo abrazó con tanta fuerza que Lucas casi no podía hablar. Entre lágrimas, Lucas le dijo:
—Papá, lo siento mucho. No merezco ser tu hijo después de todo lo que hice, pero si me dejas, trabajaré para ti como uno de tus empleados.
Pero Mateo no lo dejó terminar. Sonriendo, le dijo:
—Hijo mío, me alegra tanto que hayas vuelto. No importa lo que hayas hecho o cuántos errores hayas cometido. Lo único que me importa es que estás aquí de nuevo, sano y salvo.
Mateo mandó preparar una gran comida y llamó a todos los vecinos para celebrar el regreso de su hijo. Pablo, el hermano mayor, al principio no entendía por qué había tanta alegría. Él había estado trabajando duro todo el tiempo, mientras que Lucas había desperdiciado todo su dinero y tiempo.
—Papá, —le dijo Pablo—, yo he estado aquí todo el tiempo, trabajando y haciendo lo correcto, y nunca me has hecho una fiesta como esta.
Mateo le respondió con cariño:
—Pablo, tú siempre has estado a mi lado, y todo lo que tengo es también tuyo. Pero hoy debemos celebrar porque tu hermano estaba perdido y ahora ha vuelto. Es como si lo hubiéramos recuperado.
Pablo reflexionó y entendió que, a pesar de las diferencias, la familia era lo más importante. Esa noche, celebraron juntos, como una familia unida.
Y así, Lucas aprendió que, aunque cometamos errores y nos alejemos de lo que es importante, siempre podemos regresar. Lo que más importa no es lo lejos que nos hayamos ido, sino tener el valor de volver cuando nos damos cuenta de que necesitamos a quienes nos aman. 🌟
Esperamos que os haya gustado. ¡Hasta la próxima semana!