Cada tarde volvía solo del instituto. Siempre
pasaba por el mismo edificio abandonado, el Portal 41, donde una vez alguien había escrito con tiza en la pared:
“No tengas miedo. Hay cosas que no ves, pero están contigo.”
Lo había leído tantas veces que ya ni lo notaba. Hasta aquel miércoles.
Ese día lo echaron de clase por contestar mal al profe, perdió su cuaderno con todos los deberes y, para colmo, el móvil cayó al suelo y se rompió la pantalla. Mientras caminaba, sintió que el mundo se le venía encima y se sentó frente al Portal 41 con ganas de desaparecer.
—Estoy harto. Solo quiero que todo pare. —susurró.
Entonces, algo raro ocurrió. Una chica se sentó a su lado. No la conocía. Pelo violeta, botas enormes, mirada honesta.
—¿También estás en modo “quiero escapar de todo”? —le preguntó, sin mirarlo.
Él asintió. Ella sacó un chicle y se lo ofreció.
—Yo vengo aquí cuando todo me pesa. No sé qué tiene este lugar, pero siempre salgo un poco más fuerte. Como si alguien me sujetara sin que lo viera.
—¿Tú también lo sientes? —preguntó él, medio en broma.
—Claro. Lo he sentido en días peores que el tuyo. Créeme.
Se quedaron en silencio. No fue incómodo. Fue como un abrazo sin brazos.
Antes de irse, ella escribió con un rotulador bajo la frase antigua:
“No estás solo. Nunca lo estuviste. Incluso cuando lo creías.”
Desde ese día, Nico volvió a pasar por el Portal 41. A veces había mensajes nuevos. A veces no. Pero siempre salía de allí más entero. Más él.
No sabía si era magia, energía o qué, pero ahora tenía claro algo:
el miedo no se va, pero ya no manda.
Y si tropieza, hay algo que lo sostiene. Siempre. 💫
¿El qué? No lo sabe, llámalo Dios, llámalo energía, solo tiene claro que al final las cosas se ordenan. Y todo sale bien.
